Algunas bases teóricas para las (re)flexiones (inter)culturales…

[Tarifa, España – 26 de octubre de 2015]

Es inevitable afirmar que vivimos en un mundo globalizado e interconectado. Las relaciones que existen y se materializan cada día entre personas y productos de diferentes países y culturas son hoy una realidad incuestionable, que crece exponencialmente en tiempo real al igual que las telecomunicaciones nos brindan un planeta reducido a escala de la “aldea global” ya imaginada por McLuhan hace unas décadas. Quizás sólo algunas zonas remotas del planeta Tierra viven hoy en día todavía aisladas de todo contacto con referentes culturales ajenos a sus comunidades tradicionales, pero parece que se trata de minorías en vía de extinción.

Los flujos migratorios crecientes, observables a diario en las calles de nuestras ciudades, en los números crecientes de refugiados, en los planes laborales de más y más “expatriados” profesionales o en las agendas informativas de muchos medios de comunicación, representan la materialización de un mundo globalizado en el que no sólo los productos y los capitales viajan cruzando a diario un sinfín de fronteras, sino que lo hacen también las personas, movidas por sus ganas y sueños (más o menos voluntarias) de desarrollar su vida individual, familiar y comunitaria.

En este panorama sociocultural, los encuentros entre personas provenientes de culturas diferentes se hacen hoy más habituales que nunca, lo que va acompañado de las inevitables problemáticas que surgen ante este tipo de interacciones. Cuando no existe una base histórica de relaciones positivas, muchas veces estas interacciones conducen a conflictos y problemas, derivados del contacto con una cultura “extraña”, diferente; una cultura, la del “otro”, de la que pueden emerger, debido al puro desconocimiento de partida, incomprensión, desacuerdos o simples malentendidos. Es en este tipo de situaciones (que afectan nuestras vidas desde lo individual hasta lo colectivo, y desde lo cotidiano hasta lo más esporádico o anecdótico), en las que conocer el significado de la “interculturalidad” puede ayudar a facilitar una interacción productiva y positiva, alejada del choque o de la confrontación, y promotora de diálogo, conocimiento mutuo y de nuevas relaciones pacíficas. Esto es posible porque, al dominar el concepto de la interculturalidad, se pueden comprender mejor las dinámicas que existen en la relación de lo “propio” con lo “extraño” [NB].

Para poder alcanzar una comprensión clara y detallada de la “interculturalidad” resulta necesario definir los término que forman esta palabra. Siguiendo un orden de lectura, encontramos la suma de los siguientes conceptos:

· El prefijo “inter-” que, proveniente del latín, significa “entre”, “en medio” o “entre varios” [1]. Por lo tanto, resulta evidente el proceso inter-cultural como experiencia que nos sitúa “entre”, “en medio” de o ” entre varias” culturas al mismo tiempo.

· El término “cultura”, sin embargo, representa un término algo menos fácil de delimitar, ya que se trata de un concepto amplio y bastante complejo. Según la RAE, la palabra posee cuatro acepciones, más o menos habituales y que usamos a diario: (1) cultivo; (2) conjunto de conocimiento que permite a alguien desarrollar su juicio crítico; (3) conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.; (4) culto religioso. [2]

Más allá de estas definiciones de diccionario, resulta interesante considerar una de las principales descripciones de “Cultura” que nos ofrece la UNESCO. Se trata, en concreto, de la definición que se encuentra en la denominada Declaración de México sobre las Políticas Culturales, aprobada en la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales, celebrada en México D.F. el 6 de agosto de 1982:

“La cultura es considerada en un sentido amplio como la totalidad de los aspectos espirituales, intelectuales, materiales y emocionales de una sociedad o un grupo social. Esto no solamente abarca el arte y la literatura, sino también las formas de vivir, los derechos fundamentales del ser humano, sistemas de valores, tradiciones y creencias.”  [3]

Si bien existen muchos otros ángulos para definir la idea de “cultura”, podemos resumir aquí que “cultura” hace referencia a las formas de vida de un determinado grupo social que se transmiten en el tiempo, de generación en generación, a través de elementos materiales e inmateriales como son las tradiciones, las costumbres, los valores, las obras de arte, los productos culturales, la gastronomía, las formas de entretenimiento social, las máquinas, las herramientas o los edificios, entre muchas otras creaciones propias de una comunidad.

Al analizar el concepto de cultura resulta interesante hacer referencia también a la idea de “iceberg cultural”. Esta metáfora sirve para explicar que la denominada “cultura explícita” (formas materiales y palpables de cada cultura) es solo la punta de una formación tan compleja y grande como es una cultura entera. El resto de elementos culturales, invisibles, engloban lo que se denomina la “cultura implícita”, es decir todas aquellas expresiones culturales que no se perciben con los cinco sentidos pero que sí determinan la identidad cultural de un grupo o individuo (como son, en este caso, las tradiciones, las costumbres, la ideología, la mentalidad, los roles de género, la religión, la educación, el concepto del tiempo, los valores, etc.).

Con estas ideas claras en la cabeza, podemos entender que cada cultura, que se manifiesta tanto en su vertiente nacional o comunitaria como individual, tiene su propio valor en su singularidad y diferencia. Lo que no es factible es la consideración de que existen culturas, de partida, superiores y otras inferiores, merecedoras de ser ninguneadas, oprimidas o aniquiladas. Todas las culturas del mundo son diferentes y contienen rasgos y elementos más o menos elogiables según quien los analice; lo que no hay que confundir con la existencia de prácticas culturales que sí deben denunciarse y modificarse cuando son irrespetuosas con los derechos fundamentales de todo ser humano). Por otro lado, es importante recordar que ninguna cultura puede existir en el vacío, ya que sólo podemos apreciarla cuando se compara con otra(s). De esta forma, no sólo se observan las diferencias, sino que se identifica la especificidad de cada cultura en relación a otras. Incluso de la propia.

Llegados a este punto, resulta esencial diferenciar entre la multiculturalidad y la interculturalidad, notando que la primera hace referencia a la convivencia en paralelo de muchas culturas diferentes, mientras que la interculturalidad se relaciona con la interacción y el encuentro entre esas culturas. Mientras que un enfoque multicultural acepta la convivencia de culturas diferentes sin que exista contacto entre ellas, la interculturalidad implica un proceso de movimiento activo entre fronteras, entre los límites en los que se marcan las separaciones entre culturas, con el fin de promover el intercambio y las relaciones mutuas. En este proceso de acercamiento entre culturas no se favorece sólo el entendimiento de la otra cultura (de lo “extraño”), sino que se genera el enfrentamiento o la confrontación con la propia cultura. Como explica de forma magistral Irmgard Rehaag [NB]:

Un encuentro intercultural siempre nos regresa a nuestra propia cultura, dado que es el punto de referencia para experimentar la diferencia cultural, y a través de la interacción con el “otro” se puede construir una comunidad entre diferentes culturas.

Es cierto que resulta también esencial saber distinguir entre el proyecto intercultural que se puede dar dentro de un mismo contexto nacional y el que se promueve en un contexto internacional. Mientras que en una misma nación las relaciones entre distintos grupos étnicos se evidencian por las posibles estructuras hegemónicas que han privilegiado unos grupos sobre otros, en el ámbito internacional, la interculturalidad suele ponerse de manifiesto en la interacción positiva de personas, colectivos e instituciones provenientes de países diferentes.

De esta forma, podemos comprender las características que diferencian lo multicultural de lo intercultural. No obstante, resulta esencial subrayar que “la interculturalidad”, con su sufijo “-idad”, hace referencia a un proceso, a una acción o a un evento, caracterizado por la “cualidad” de lo “inter-cultural”. Según esta deconstrucción semántica, el término “interculturalidad” representa el nombre de una acción o de un proceso (por lo tanto de un hecho que está evolucionando) en el que se da el encuentro constructivo y la interacción positiva entre culturas diferentes. En otras palabras, la interculturalidad representa una “posición filosófica y cultural, de una convicción y una visión” [NB], al igual que una ética de la convivencia basada en el encuentro y el diálogo, más que en la separación, en el aislamiento y en la incomunicación.

Un comportamiento intercultural implica aprender a aceptar, en situaciones concretas, la diferencia mutua, y al mismo tiempo, reconocer que aceptar la diferencia mutua tiene sus límites cuando falta el respeto hacia el “otro”. (Irmgard Rehaag, 2006; NB)

Con esta cita puede comprenderse que la interculturalidad no es sinónimo de relativismo cultural absoluto. En un mundo basado en el contacto constante entre culturas, las diferencias han formado siempre parte de la naturaleza humana y de la evolución de nuestra sociedades. En esta interacción sinfín, la aceptación del “otro” debe defenderse sólo cuando existe un respeto mutuo entre las partes (sean éstos individuos o colectivos), es decir, cuando las acciones o la visión sobre el mundo propia de una cultura no llegue a imposibilitar la existencia o desarrollo de la otra. Por este motivo, hoy más que nunca resulta esencial preparar a las nuevas generaciones para facilitar un encuentro respetuoso y productivo. Esto sólo será posible desarrollando competencias interculturales, es decir, cualidades y habilidades que nos puedan permitir evitar el choque cultural o el empleo de nuestros parámetros culturales habituales ante situaciones de contacto con personas de culturas diferentes.

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Al igual que en muchos otros proyectos social y culturales, la educación representa una herramienta clave para alcanzar el estado deseado (en este caso, el interculturalismo: ¿utopía?). Sin una educación intercultural, es decir, sin una pedagogía que defienda la enseñanza de los valores y de las competencias interculturales, basados en el reconocimiento y la aceptación del pluralismo cultural como una realidad social, además de la contribución a la instauración de una sociedad de igualdad de derechos y de equidad, y por último, a la defensa de de relaciones interétnicas armoniosas, será bastante imposible caminar hacia un verdadero mundo global en paz o globalmente pacífico. (A. Muñoz Sedano, en NB).

Para terminar, ¿cuáles son esas competencias que pueden promover la interculturalidad? Una persona interculturalmente competente debe poseer un buen conocimiento de su propia cultura, a la vez que una disposición para aprender de los “otros” sin aferrarse a ningún preconcepto o prejuicio sobre los “otros”. Esto último es lo que se llama un acercamiento “policéntrico” hacia el mundo, por el que es importante complementar la preparación con las siguientes sub-competencias interculturales: lingüística (conocer otro idioma ayuda a comunicarnos con otras culturas), del área (conocimiento del área geográfica o de significado en la que se mueve la otra cultura), social (empatía y entendimiento hacia el ‘otro’) y acerca de sí mismo (capacidad de reflexionar sobre la cultura de partida).

Con este viaje conceptual a través de la “interculturalidad”, podemos observar que este proceso de interacción y de convivencia es más que necesario para el mundo en el que vivimos. La historia de la humanidad ha estado basada siempre en procesos de fusión y separación cultural que han conformado el mundo que conocemos hoy en día. Si nuestro futuro queda claramente marcado por un creciente número de interacciones y encuentros entre culturas, la única estrategia productiva que nos queda es la de la interculturalidad. Con ella sabremos reconocer y optimizar los beneficios de un mundo basado en esa “cultura híbrida” (donde los integrantes de una comunidad o grupo ya no se sienten pertenecientes sólo a una cultura) a la que nos lleva la globalización actual.

Al igual que se empleó en 1982 para el cierre de la Declaración de México sobre las Políticas Culturales, concluimos estas (re)flexiones teóricas sobre la interculturalidad y el mundo que queremos construir con las palabras del político mexicano Benito Juárez: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. [3]

Referencias:

[NB] Este artículo está basado (e inspirado en buena parte) en el siguiente trabajo académico: Rehaag, Irmgard (2006). “Reflexiones acerca de la interculturalidad”. Revista de Investigación Educativa 2 (enero-junio). Xalapa: Universidad Veracruzana. Pp. 1-9. (Accesible de forma gratuita en http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=283121711004 – consultado por el autor el 26 de octubre de 2015).

[1] RAE. es – definición del término “inter”: http://dle.rae.es/?w=inter

[2] RAE.es – definición del término “cultura”: http://dle.rae.es/?id=BetrEjX&o=h

[3] UNESCO – Declaración de México de 1982: http://portal.unesco.org/culture/es/ev.php-URL_ID=12762&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html

[4] RAE.es – definición de “-idad”: http://dle.rae.es/?w=idad&m=form&o=h