[Menlo Park, California – 22 de mayo de 2018]
Basta una caída sin sentido para que nos demos cuenta de que la vida es tan efímera como impredecible y absurda. Muchas veces son los golpes más inesperados los que nos permiten aclarar las ideas, poner nuestras convicciones en perspectiva y verlo todo desde otros ángulos.
Basta una caída sin explicación para que nos demos cuenta de que no existen más razonamientos que el de la suerte o el azar para explicar la vida (al igual que la muerte, por cierto). Coincidencias afortunadas, fuerzas favorables, eventos oportunos o, simplemente, el “estar en el momento justo y en el lugar adecuado” pueden ser la única forma de definir realmente la vida ante su contrario.
Así fue para Lucky, un hombre de más de noventa años que, desde su simple vida solitaria y rutinaria, sin muchos recursos y distracciones, desde en una pequeña localidad cualquiera perdida por algún desierto de Nuevo México, Texas o Colorado, nos recuerda que todo puede ser cuestión de suerte. Suerte de saber reconocer lo valioso, lo afortunado que puede hacernos sentir grandes, haceros reír, cantar y llorar.
Porque además, nos guste o no, para verlo todo desde el prisma de esa larga lista de contrarios a la “fortuna”, siempre hay tiempo. Tiempo que avanza, que escasea más y más a cada instante que pasa por delante de nuestra vida.
Dirigida por John Carroll Lynch y protagonizada por Harry Dean Stanton (simplemente sublime en su rol), el filme Lucky (2017, EE.UU.) no creo que pasará desapercibido. Para los que lo hemos podido descubrir y ver, ya ha sido una suerte. Y para los que no lo hayan visto aún, buscadlo, os sentiréis muy lucky de [re]flexionar sobre la realidad y la vida desde tanta simpleza y claridad.